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firstborn

Capítulo 3. Proteus.

La sala era blanca y pulcra, la estancia tenía la forma de un cubo perfecto, tenía pegadas a las paredes unos cubos de cristal en los que había diferentes objetos, trofeos de muchas batallas a las espaldas, recuerdos de muchos planetas en los que la guerra había sido el denominador común.
Sha´s O Vior´La Kauyon estaba sentado en un sillón de gran envergadura, ostentoso pero sencillo y minimalista, parecía que la sala y el sillón hubieran sido realizados conjuntamente.
El comandante Tau repasaba una y otra vez la estrategia que iba relegar a su hermano de batalla Kais, era hora de que Kais asumiera la responsabilidad que Kauyon creía. Como estratega, el comandante Tau no creía en que se lo debía de dejar todo masticado a Kais, le daría las pautas pero no la solución, de Kais dependería que la estrategia tuviera éxito, no de Kauyon.
Mientras estaba con la mirada perdida en el infinito abstraído en un combate mental de lo que podría ser la siguiente batalla que iba a realizar su sucesor, unas luces se empezaron a formar en medio de la sala.
Kauyon alterado por la visión de lo que estaba ocurriendo ante sus ojos cogió una pistola de inducción que sacó de su pistolera.
Las luces dispersas del centro de la sala empezaron a concentrarse en un punto justo en medio de la sala, un portal se abrió y la luz azulada que salía del mismo coloreó toda la estancia blanca.
Del portal salieron tres humanoides altos, le sacaban al Tau un par de cabezas. Kauyon se levantó tranquilamente y cruzó los brazos en su espalda escondiendo el arma.
-Saludos comandante Kauyon. –La voz era segura, tranquila y extrañamente bella. –Sentimos la intrusión, mas no debes temernos ya que venimos a pedirte ayuda. –Los humanoides se arrodillaron y Kauyon se relajó, aunque no lo suficiente como para disparar a la cabeza de alguno de ellos.
-Levantaos vidente, no es necesario que os arrodilléis ante mí. Decidme que queréis y si está en mi mano, os ayudaré. –Los tres Eldar se irguieron y se despojaron de los cascos.
-Mi nombre es Iluanne, vidente del mundo astronave de Eilsam. Desde que nacieron las estrellas mi pueblo y yo hemos surcado la galaxia entera enfrentándonos a seres que ni si quiera podríais imaginar, mas ahora, todas las razas están en peligro y debemos unirnos para enfrentarnos a un mal que nos supera. Os rogamos que vuestro pueblo se una a nosotros para luchar contra esta amenaza.
Kauyon estaba impactado, había tenido varios encuentros contra Eldars y sabía que éstos eran formidables guerreros además de una raza orgullosa. Si una vidente venía a pedirle que se uniera a ellos en la lucha, el mal al que se enfrentaba debía de ser muy poderoso.
-Vidente, a partir de ahora tenéis un aliado en vuestras líneas.

 

 

La nave de transporte inquisitorial se acercó a la nave insignia de los Alas Oscuras, se dispuso a una distancia suficiente como para estar cerca, pero no lo suficiente como para que pudieran chocar.

De uno de los hangares de la nave inquisitorial salió una Thunderhawk que aterrizó en el hangar de la nave de los Marines Espaciales.

Al abrirse la compuerta de la Thunderhawk salió un Inquisidor con una armadura de cobre, en la que se salpicaban sellos de pureza por doquier, un aura de luz alrededor de su cabeza y una gran capa con el símbolo de la Inquisición acrecentaban más su aspecto imponente.

Corvus y Micaelus esperaban al Inquisidor sin una expresión en su rostro, rectos y en formación como solo los Marines Espaciales sabían hacer.

-Capitán lléveme a donde tienen el sujeto psíquico. –La frase era imperativa, sin rodeos y con gran autoridad, un Inquisidor nunca malgastaba una palabra si no era necesaria.

-Acompáñeme por favor. –Corvus junto con Micaelus condujeron al Inquisidor por el laberinto de pasillos hasta la sala oscura donde se encontraba el niño.

Como antes hiciera con su capitán, el bibliotecario apretó el botón ubicado en la pared y la compuerta se abrió una vez más lentamente dejando que la luz verde se filtrara por toda la estancia.

-Proteus. –El nombre salió de los labios del Inquisidor con tanto desprecio que pareció que lo había escupido. Los ojos del niño se abrieron y miraron directamente a los ojos del inquisidor y una sonrisa se formó en su rostro en la miríada de cables que entubaban al niño.

-Cuanto tiempo sin verte, Alexandros.

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